sábado, 27 de junio de 2015

(…..) El infierno en Colombia


Nacion.com
Hernando Gómez Buendía
Jonathan Soto fue una de las 4.475 víctimas. Tenía 17 años y parece que andaba en malos pasos. Le ofrecieron un trabajo en Ocaña. Lo llevaron. Lo mataron. Le pusieron un vestido de las Farc. Lo registraron como baja en combate. Lo enterraron bajo un NN.
Una barbarie como las pipetas, las motosierras, los sicarios, los secuestros o las violaciones. Como la larga cadena de barbaries que son la historia de la humanidad: como los genocidios, la guerra química, las ciudades bombardeadas o los campos de concentración.
Quizá no es para tanto. Al fin y al cabo estamos ante no muchos muertos, de un único balazo, de sujetos “desechables”, de un exceso de celo en guerra justa, de que ya hay muchos soldados condenados.
O tal vez sí es para tanto, porque los hechos que intentamos esconder bajo el nombre anodino de falsos positivos, son un capítulo inédito y horrible en la historia terrible de la barbarie humana:
—Primero porque esta atrocidad no se propuso destruir o afectar al enemigo. Su víctima no fue el soldado extranjero, el guerrillero, el adversario político, el sospechoso, el de la raza inferior o la persona odiada. Fue un crimen de guerra por fuera de la guerra.
—Segundo, por la falta de motivo. En la guerra se mata para defenderse, vencer al enemigo, obtener información, difundir el terror o satisfacer un odio visceral. Repáselas Usted: a Jonathan no lo mataron por ninguna de estas causas.
—Tercero, por el cúmulo de infamias: concierto para delinquir, desaparición forzada, trata de personas, asesinato, falsificación de documentos y fraude.
—Cuarto, por la no-identidad de la víctima. Fue alguien escogido con cuidado que sin embargo no existe sino como cadáver para ponerle un informe. Alguien que sirve sólo si no es nadie.
—Quinto, por la identidad de los victimarios. No fueron hampones, guerrilleros, terroristas ni enfermos mentales: fueron 5.133 miembros de nuestra Fuerza Pública que han sido o están siendo investigados, más los generales y civiles al mando que no han sido sujetos a investigación penal ni a sanción política.
—Sexto, por lo hondo que apunta. El acto fue demasiado deliberado para ser fruto de un impulso, necesitó demasiados cómplices para ser un secreto y fue repetido demasiadas veces para tratarse de manzanas podridas o de casos aislados.
—Séptimo, por lo alto que apunta. Hay presidente, ministro, generales y comandantes en todas las brigadas que han sido —o que no han sido— investigados por sus doctrinas, sus directrices, sus órdenes o su ignorar lo que estaba sucediendo. Hay la huella palpable de una brutal cultura de cuartel. Y hubo un incentivo suficiente para que cerca de 5 mil agentes del Estado asesinaran a esos 4.475 jóvenes, con el único fin de ganar otra medalla y unos días de licencia.
—Octavo, porque debimos esperar 7 años para que una ONG extranjera viniera a recordarnos que los grandes culpables de esta atrocidad van en camino de quedar impunes.
¡Como duele Colombia!” (.......)
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Escucha también la entrevista con el abogado Rodolfo Ríos sobre el reporte de HRW.
Por Dick Emanuelsson:

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